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Ciclos
Una
tarde iban dos monjes por el camino hacia su monasterio. Los monjes habían
jurado y prometido castidad completa y entrega total a la labor que les había
sido encomendada.
Estaban
conversando alegremente sobre los temas de meditación y reflexión que habían
estado estudiando, hablaban de los compromisos que debían cumplir, de las
situaciones que habían tenido que enfrentar y de la importancia de la luz que
los acompañaba en su camino.
A
la distancia divisaron una hermosa mujer que estaba parada a la orilla del río
con cierto aire de afán y ansiedad. Vestía una túnica color amarillo que le
cubría hasta las rodillas y llegaba hasta la parte superior de su pecho.
Llevaba atada una tiara color dorado en su cabeza y era realmente muy hermosa y
agraciada.
Al
estar cerca a la mujer el monje de mayor edad le pregunta, qué sucede contigo
hija? Qué te pasa que tienes esa cara de angustia? A lo que la mujer responde:
debo cruzar el río para ir al bautismo de mi hermana, debo pasarlo pero no me
puedo mojar porque este atuendo es especial para la ocasión y no quiero
mojarlo, además el barquero que siempre está acá hoy por alguna razón no se
encuentra y no sé qué hacer. Ante esto el monje mayor le dice: te puedo ayudar
para que puedas llegar a tu celebración a tiempo y sin mojar tu atuendo. El río
no es profundo y si subes a mi espalda te puedo pasar a la otra orilla sin que
te mojes y puedas llegar a tu reunión.
Ante
esto el joven monje pensó: no podemos hacerlo porque hemos hecho votos de
castidad y de ningún contacto con las mujeres. Esperaba que el monje mayor
desistiera por sí solo del ofrecimiento que le había hecho a la mujer.
Permaneció silencioso pero ante su sorpresa la mujer tomo su falda, la subió a
sus muslos y subió sobre la espalda del monje mayor asiéndolo por el cuello y
las manos para sostenerse. El monje empezó a caminar y atravesó el río con la
mujer en su espalda. Al llegar a la otra orilla la mujer bajo de la espalda del
monje, le sonrió y profundamente agradecida le dio un beso, y siguió rápida su
camino a la reunión que la esperaba.
Los
monjes siguieron el camino pero el joven monje no se aguantó y le dijo al monje
mayor: has fallado, has roto tus votos de castidad, no debíamos meternos con
mujeres y has quebrantado la norma, es mentira todo lo que me enseñas, eres
falso e hipócrita porque no cumples lo acordado. Subiste a esa mujer a tu
espalda, has cometido pecado.
Avanzaron
dos kilómetros y el joven monje seguía su reproche: eres mentiroso, quebrantas
la ley y te ufanas de no hacerlo. Me has fallado, lo que me enseñas es mentira.
El monje mayor permanecía en silencio y faltando un kilómetro para arribar al
monasterio el joven monje seguía increpándolo: falso sacerdote, falso profeta,
has fallado, has tocado mujer, la has subido a tu espalda, la has cargado.
Finalmente
llegaron a la puerta del monasterio y el joven monje vuelve y dice: hablaré con
el Abad para contarle de la falta que has cometido.
En
ese momento el monje mayor lo mira con inmenso amor y ternura a los ojos y le
dice: a aquella mujer que cargue en mi espalda yo la dejé en la otra orilla del
río pero tú todavía la traes prendida a tu espalda y a tu ser.
Reflexión: cierra las etapas que hay que
cerrar, no te quedes trayendo siempre la misma historia para alborotar la hoguera,
lo que pasó quedó atrás y traerlo siempre a colación es permanecer atrapado en
ese momento. Fluye por encima y cierra las etapas, no te quedes atrapado en
épocas del tiempo donde no tienes porque estar y permanecer.
Recopila:
Jairo Hernán Barragán Gómez
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