lunes, 28 de mayo de 2012

Sobre valles y cimas


Sobre valles y cimas

Un hombre muy rico, el más rico del pueblo se volvió de un momento a otro una persona triste y desasosegada. Nada le motivaba y nada lograba levantarle el ánimo. Sentía que su vida no tenía sentido aunque tenía todo lo que uno podía comprar, pero todo lo que uno podía comprar le resultaba insignificante. Podía comprar el mundo entero, lo que quisiera pero dentro de él seguía existiendo un profundo descontento.

Así fue como recogió su dinero, oro, joyas, títulos de sus posesiones, certificados de propiedad, y se lanzó en la búsqueda de un hombre que tan solo pudiera darle un vislumbre de lo que es la felicidad. Entonces, le regalaría a ese hombre todas las ganancias de su vida. Fue de pueblo en pueblo, de un maestro a otro, pero nadie lograba darle un vislumbre de lo que era la felicidad. Y él estaba dispuesto a entregarlo todo.

Un día llegó a un pueblo y preguntó por un gran sabio que vivía allí, y de quien le habían dado muy buenas referencias. Una persona del pueblo le dijo: “Está sentado en un árbol a la entrada del pueblo meditando. Siempre se sienta allí y allí permanece todo el tiempo. Vaya a donde él y si el no puede darle un vislumbre de lo que es la felicidad, nadie más en este mundo podrá hacerlo y no habrá más remedio, usted no podrá encontrar a nadie más en el mundo que le de ese regalo. Si este hombre no puede darle un vislumbre, entonces no hay ninguna posibilidad”.

El hombre se llenó de excitación y llegó a donde el sabio que estaba sentado en el árbol a la entrada del pueblo. Ya estaba atardeciendo y el hombre se acercó al sabio y le dijo: “Las ganancias de toda mi vida y los títulos de mis posesiones están en esta bolsa. Te las daré si me das un vislumbre de lo que es la felicidad”. El sabio escuchó, ya estaba anocheciendo, y sin decir nada tomo la bolsa y salió corriendo. El hombre rico lo siguió gritando alterado y llorando: “deténganlo, me ha robado, deténganlo”. El sabio conocía todas las calles del pueblo y el hombre rico lo perseguía pero no lograba encontrarlo y crecía su desespero. Todo el pueblo salió a ver lo que pasaba y el sabio daba vueltas y vueltas por el pueblo sin que el hombre rico, desesperado, lograra encontrarlo. El hombre rico se sentía triste, por un momento furioso, a veces desesperado, pero no lograba encontrarlo y estaba ya a punto de desmayarse a causa de la desesperación. Pensaba: “El trabajo de toda mi vida, me lo han robado. Me he convertido en un mendigo, ahora no tengo nada” Lloraba como una magdalena y sus lamentos se escuchaban en todo el pueblo.

Entonces el hombre sabio llegó al mismo árbol a la entrada del pueblo, puso la bolsa delante del árbol y se escondió detrás del árbol. El hombre rico llegó al árbol, vió la bolsa, se abalanzó sobre ella, la revisó cuidadosamente y empezó a llorar de felicidad. El sabio lo miró desde detrás del árbol y le dijo: “Eres feliz hombre? Has tenido un pequeño vislumbre?”

El hombre rico dijo: “Soy más feliz que nadie en la tierra”

Reflexión: para tener una cima es necesario tener un valle. Para sentir felicidad, es necesaria la desdicha. Para conocer lo divino, es necesario estar en este mundo. El mundo es simplemente un valle. El hombre era el mismo, la bolsa era la misma. No había sucedido nada nuevo, pero ahora el dijo que era feliz, tan feliz como se puede ser en esta tierra, pero hace solo unos minutos era muy desgraciado. Nada había cambiado. El hombre era el mismo, la bolsa era la misma, el árbol era el mismo. Nada había cambiado, pero ahora el hombre era feliz, estaba dichoso. Simplemente había sucedido el contraste. Había experimentado un valle y una cima pero realmente nada había cambiado.


Recopila: Jairo Hernán Barragán Gómez

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