Nada es permanente
El discípulo
regresó pero el riachuelo era muy pequeño. Estaban pasando muchas carretas que
lo habían dejado sucio y el agua estaba turbia. Toda la suciedad que se había
sedimentado en ella había emergido y el agua estaba turbia. Ya no era bebible.
El discípulo volvió donde su maestro y le dijo: “Permíteme que me adelante a un
riachuelo que está a 2 kilómetros. El agua del anterior está turbia y no se
puede beber.” El sabio le dijo: “No. Regresa al mismo riachuelo”.
Como su maestro lo
había dicho, el discípulo tuvo que obedecer. Pero obedeció con desánimo y de
mala gana, porque sabía que el agua estaba turbia y no se podía beber. Y sentía
que estaba perdiendo el tiempo porque tenían mucha sed, y el agua de allí no se
podía beber pero era una orden de su maestro y había que cumplirla.
Regresó por segunda
vez a donde su maestro y le dijo: “Porqué insistes? Esa agua no es bebible.
Puedo hacer algo para hacer esa agua pura?”
El maestro le dijo: “Por favor no hagas nada. De lo contrario la harás
más impura. Y no entres en el riachuelo. Quédate fuera, espera en la orilla. Si
entras en el riachuelo lo revolverás todo. El riachuelo fluye por sí mismo, así
que deja que fluya. Regresa nuevamente y trae el agua”
Por tercera vez el
discípulo regresó al riachuelo. Esta vez el agua estaba tan clara como solía
estarlo. El polvo había fluido, las hojas muertas se habían ido, y el agua era
pura otra vez. Entonces el discípulo sonrió, tomo el agua y se fue bailando. Al
llegar cayó a los pies de su maestro y le dijo: “Tus maneras de enseñar son muy
especiales. Me has enseñado una gran lección: que solo se necesita paciencia y
que nada es permanente”.
Reflexión: nada es permanente,
todo es efímero. Acepta las situaciones y permanece dejando que las cosas
fluyan, para que el agua vuelva a ser pura nuevamente.
Recopila: Jairo Hernán Barragán
Gómez
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